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El prestigioso poeta Carlos Battilana escribe en parte del prólogo al libro Inmemorial de Diego Colomba:
Los poemas de Inmemorial no sólo enuncian lacónicamente, sino que son producto de un proceso de depuración. Como si las palabras del poeta, de manera reticente y huraña, fueran la punta de un iceberg que remite a una región resguardada celosamente. De allí que la poética del libro se explicita como la consecuencia de un esfuerzo de enunciación del que quedan, tan sólo, residuos y minucias: “Un poema/ vive/ de sus restos”. La mayoría de los poemas de Inmemorial son anotaciones que evocan las miniaturas de los haikus; en ocasiones recuerdan el registro aforístico y, en otras, los poemas ínfimos del hermetismo italiano que tiene a Giusseppe Ungaretti como uno de sus modelos. Pero sobre todo, estas anotaciones aéreas recuerdan a Juan L. Ortiz: el paisaje más que ser observado, nos mira. De una manera silenciosa, nos interroga acerca de nuestra incertidumbre vital. La observación del entorno se resuelve en una suerte de destello o de concentrada iluminación, y el blanco de la página sostiene la inscripción de ese conjunto de signos.